No tenía yo muchas ganas de volver a hablar del asunto Operación Triunfo pero, después de la truño-gala con que nos deleitaron anoche, no puedo evitar hacerlo para mostrar mi pena por la triste despedida el programa, que podría haberse ido por la puerta grande, con humildad y dejando el buen recuerdo del programa de entretenimiento que siempre fue y que, sin embargo, ha salido de nuestras vidas con una gala triste, con el recurso a la pataleta y unas ínfulas de superioridad que han logrado que les pierda todo el cariño que en algún momento les pude tener.
Porque si, yo en algún momento tuve cariño por los protagonistas de este concurso, desde los triunfitos hasta algunos de sus profesores y miembros del jurado. Porque yo me gasté un pastón que prefiero no recordar en ir al primer concierto de OT en el Bernabeu, con la familia a cuestas y yo lloré y me emocioné con muchas de las cosas que pasaron en ese escenario, que siempre me pareció una horterada suprema, coronada por los modelitos que incomprensiblemente hacían vestir a los cantantes, una horterada que yo veía cada semana como una campeona. Ayer hubieran podido hacerme llorar con muchísima facilidad, pero no supieron, o no quisieron.
Para todos los que ayer tuvieron oportunidad de hablar frente a las cámaras de Telecinco, era más importante acusar a la cadena de eliminarlos de la parrilla que dejar un buen sabor de boca. Así, vivimos comentarios tan absurdos como el de Noemí Galera hablando de los constantes cambios de día de emisión del programa cuando en cinco galas apenas se ha cambiado una vez, o el alegato pro televisión de calidad de Nina como si OT no hubiera sido siempre un reality donde lo menos importante era cantar (numeritos como el de Niccó de anoche o el de Alex la semana pasada son una muestra bien reciente de ello).
La sensación que yo tenía anoche escuchando todo esto era la misma que tuve cuando a María Teresa Campos se le llenó la boca de acritud hacia la mano que le dió de comer durante años, boca que un tiempo después tuvo que cerrar para poder abrir la mano y recibir nuevamente un sueldo mensual de aquel mismo “gilipollas”. Durante años, Operación Triunfo ha vivido de lo que Telecinco pagaba por ellos, en una relación en la que ambos salían beneficiados y que, si a ojos de los espectadores siempre ha estado clara, no menos lo estará en los despachos. Es más, cada última gala de cada edición de OT era una despedida incierta en la que nunca sabíamos si nos volveríamos a ver. ¿A qué viene entonces todo este paripé? De verdad que no lo entiendo.
Operación Triunfo no es una escuela de cantantes, no es un programa donde se premie el esfuerzo, pues de haber sido así nunca se hubiera dejado en manos de un público que vota por empatía con el debil (Rosa, Idaira, Ainhoa son claros ejemplos de esto, por no hablar de Verónica) y ayer pudimos ver una clara muestra de ello, con sonadas ausencias en el plató de quienes, si la academia fuera tan maravillosa, solo tendrían palabras de gratitud para quienes les han abierto camino en el mundo de la canción.
Pero sin duda Operación Triunfo tiene un público, uno devoto de todo lo que allí sucede, uno dispuesto a crear ídolos con los que forrar sus carpetas, uno que ayer de pronto quedó huérfano y al que emplazaron a seguir sumando esfuerzos en la red, una red que ayer lograba aupar #vivaot, el hashtag oficial del programa, a número uno en trending topic mundial, del mismo modo que el anti-hashtag #otdead se aupaba también a los primeros puestos, en este caso solo en España. Cualquiera de los dos era una prueba fehaciente de que había interés, de que había gente hablando del programa, para bien o para mal, lo importante era generar conversación, aunque algunos no terminen de entender estos mecanismos y se enfurruñen cuando se habla mal. Porque cabe la posibilidad de que uno de los problemas de Operación Triunfo este año haya sido el buenismo, esa incapacidad para aprovechar toda la corriente negativa que provoca un buen villano, unos tremendos gallos o unos espectadores sin piedad. Un buenismo que se remató con las valoraciones del jurado en la noche final, unas valoraciones que harán mucho daño a unos chavales que, desde hoy, se enfrentan a la vida engañados, pensando que cantan bien, que están preparados para salir al mundo de la música y que el programa fracasó solo porque los directivos de Telecinco son unos ricachones sin escrúpulos que únicamente piensan en el dinero. Que me lo cuente Eva Perales, la misma a quién metafóricamente se le rompía el trofeo entre las manos, dentro de unos meses cuando algunos de esos chicos no le hagan ganar ni un euro en bolos.
De mejor o peor manera, un ciclo televisivo terminaba ayer y yo creo que la mejor manera de recordarlo es con este vídeo, con los protagonistas de la más pura de las ediciones de OT, la primera, aquella en la que las expectativas eran inciertas y los protagonistas reales. Todo lo que ha venido después solo ha sido televisión.
Has conseguido despertar mi empatía con algo que nuca creí que lo hiciera, jeje, enhorabuena.
Y saludos!