Yo soy de las que se enamoró de la primera temporada de The Newsroom, de las que vio en su planteamiento un deseo por mejorar el periodismo, tan necesario en estos momentos de cambios tecnológicos, políticos y sociales. Un deseo que apuntaba a todos los errores que ya hemos padecido y que, lejos de ser tramposo, como han objetado muchos, era simplemente una forma de señalar con el dedo y poner sobre la mesa pruebas de qué se estaba haciendo mal y cómo debería haberse hecho, desde el punto de vista de Sorkin, claro, que no tiene por qué coincidir con el nuestro.

Lo más criticado de la primera entrega de la serie fue precisamente aquello que a mí más me gustó y fue por eso que la segunda temporada me dejó bastante peor sabor, incluyendo el desenlace romanticón que, pese a ser algo que deseaba que ocurriera, no quería que fuese tan pronto, como una cita que estás gozando y se lanza a besarte antes del postre. Además, todo el arco argumental en torno al caso Genoa hubiera estado bien en otro momento, en otra serie, pero desplazó la atención de lo que creo era la esencia de The Newsroom y, pese a las buenas críticas, creo que terminó por desvirtuar el conjunto, como si hubiéramos asistido a dos series diferentes.

Sin embargo, las consecuencias de este caso y la precipitación que con él tuvieron en la cadena, son el punto de partida de una nueva temporada que, al menos en su primer episodio, parece querer recuperar lo que la hizo grande en sus inicios: el repaso a los acontecimientos más noticiables de la historia reciente y la manera de afrontarlos desde una redacción de informativos. Así, con el atentado de la maratón de Boston como eje, vemos a la cadena ACN ser la última en entrar en directo con la noticia, muy por detrás del resto, solo por el miedo a precipitarse con los datos y terminar para siempre con su credibilidad, aún muy dañada.

Otra parte del episodio tiene mayor similitud con la segunda temporada, con una información clasificada que puede poner a los protagonistas en la pista de una noticia importante, pero que también puede suponer un grave problema para la redacción y una nueva comisión de delito que les ponga en la picota. Con más pies de plomo que nunca, los protagonistas deberán cuidar sus pasos mientras afrontan otro buen puñado de amenazas laborales y personales que no ayudarán a la toma de decisiones en frío.

Mientras tanto, Will y Mac encaran los preparativos de su boda en una relación que no termina por encajar en absoluto en mi cabeza, una relación que era fabulosa cuando él la odiaba de puro amor y que ahora, sin embargo, no favorece al conjunto de la historia. Es por cosas como esta por las que las parejas protagonistas acostumbran a estar rotas, enfadadas o un break, porque dan mucho más juego, porque los sentimientos son más intensos, porque la tensión sexual no resuelta es un gran invento a cuya altura el tierno amor o la estabilidad sentimental nunca podrán estar.

Pese a ello, la sucesión de acontecimientos que se van desgranando a lo largo del episodio y que hacen que prácticamente todos los protagonistas terminen juntos en la azotea es tan de libro como buena en su ejecución y una extraordinaria manera de arrancar una temporada. En un día en el que se suceden los rumores sobre el posible abandono de la televisión por parte de Sorkin (ha dicho que se va, pero que no descarta volver si encuentra un proyecto que le guste, es decir, está aburrido y no necesita trabajar), ver una pieza de buena televisión como esta es un regalo.