Iba a titular este post directamente con la comparación, pero no me he atrevido, a la vista de la cantidad de susceptibilidades que parecí herir el fin de semana con ella. Y es que no se me ocurrió otra cosa que decir que, al paso que iba, la señora Rhimes se iba a convertir, por medio de Scandal, en un nuevo Sorkin, en lo que se refiere a charla política e idealización de las cosas. Os podéis imaginar los pelos como escarpias que se le pusieron a más de uno (no he contabilizado los unfollows, pero seguro que cayeron), pero no me arrepiento.
Scandal es una serie que empezó siendo bastante malilla, desde aquella perorata inicial en que uno de sus trabajadores definía el trabajo que hacían en la agencia de Olivia Pope como trabajo de gladiadores, en el más amplio y hortera sentido de la palabra, la cosa apuntaba maneras para convertirse en una serie prescindible más, a lo que claramente se sumaba Kerry «morritos» Washington y sus inmaculados modelitos. El caso es que la serie tenía algo que hacía que muchos siguiéramos viéndola, posiblemente ese encanto trash disimulado de alta costura, de muchas de las tramas de Shonda. Así es como llegamos a la segunda temporada, la que premió a los que aún estábamos allí y atrapó a muchos otros que ahora sí esperaban con ansia la emisión del siguiente episodio y se atrevían a confesar que estaban colgadísimos con ella, eso sí, no sin dejar de calificarla como placer culpable, ese término maravilloso con el que podemos justificar ver cualquier cosa.
Que Kerry Washington fuera nominada los EMMY como protagonista por su interpretación de Olivia Pope y además casi favorita durante buena parte de la carrera por el premio, solo ha sido un refuerzo más a nuestra dignidad al confesar que vemos la serie cada semana y nos mordemos las uñas entre un episodio y otro, aunque su interpretación no es lo mejor de la serie, ni mucho menos.
Entrados ya en la tercera temporada, he de reconocer que poco queda ya del procedimental de resolución-de-problemas-de-famosos-de-alta-alcurnia-con-arco-argumental-presidencial que veíamos en la primera temporada y que nos encontramos frente a un drama político, casi calificable de thriller de espías de muy buen nivel, en el que los calentones de sus protagonistas son únicamente un elemento más, casi una concesión al morbo, aunque venga disfrazada de elemento fundamental para justificar la toma de decisiones de todo un gobierno y la mala leche de una primera dama cornuda que es, seguramente, uno de los mejores personajes de la historia.
Pero vamos a lo que daba origen a mi reflexión, a esa comparación imposible entre Sorkin y Rhimes, que no es solo derivada de la importancia de la Casa Blanca y sus habitantes en las tramas, sino de lo que allí ocurre y algunos diálogos fabulosos que podrían haber estado firmados indistintamente por uno u otro, pues reflejan una idealización de la sociedad, de la Presidencia de los EE.UU, en este caso, que bien interpretados y con los momentos de tensión perfectos adornándolos, resultan tan potentes e idealistas como imaginamos cualquier discurso de la nación norteamericana.
He estado rebuscando en internet algunos de estos diálogos que a lo largo del tiempo me han ido llamando la atención pero, lamentablemente, no he sido capaz de encontrarlos, pese a que hay algunas webs muy curiosas de citas de esta y otras series. Que no recuerde exactamente en qué episodios tienen lugar no ayuda y hasta me planteo si una vez doblada al castellano, estos intercambios de acusaciones, afirmaciones y consideraciones tendrán la misma fuerza que en el idioma en que fueron concebidos pero creedme, hay una buena lista y son todos dignos de estudio. Desde aquel primer encontronazo entre Cyrus y el Presidente en el que este último le impone cumplir con una órden porque está a su servicio y él le responde que no, que como su Presidente, es él quién está a su servicio como ciudadano; hasta el concepto de protección del máximo dirigente de EE.UU. frente a determinados cuerpos militares y de espías que no pueden responder a sus órdenes porque esa es la manera de que no se le puede hacer responsable de los actos ilegales que perpetran, pasando por la claridad de Olivia al decirle al Presidente que trabajar para él no significa directamente tener su voto, que ha de ganárselo como el de cualquier otro ciudadano o los innumerables berrinches de Mellie como ninguneada Primera Dama que reclama para sí un papel que vaya más allá del puro mujer florero.
Se acusa mucho a Sorkin también, sobre todo con The Newsroom, de su incapacidad para hacer personajes femeninos que no sea unas histéricas o estén llenas de complejos, mujeres muy preparadas pero que sin embargo pierden los papeles cuando se enamoran y echan todo por la borda, incapaces de sobreponerse a una relación complicada o imposible. ¿The Newsroom o Scandal?
Sí, en muchas ocasiones el mundo de Shonda Rhimes parece estar creado de una vez cada 28 días pero, analizado con cariño y con un par de ibuprofenos, no es tan distinto del de otros grandes creadores con mucha mejor prensa, sobre todo cuando somos capaces de ver más allá de la fachada de esta historia de amor imposible y en ocasiones calentorro que es Scandal. Yo lo estoy disfrutando.