Como todos los lunes desde que empezó esta nueva temporada, ayer participé en el debate radiofónico de Sospechosos Habituales en Burjassot Radio. El tema de ayer era el concepto de la telebasura y si realmente deberíamos llamarlo así o es simplemente teleentretenimiento, aunque de muy baja calidad. Coincidiendo con este debate, el diario Público hace un repaso por este mismo planteamiento preguntándose si la televisión es mala o lo son los espectadores.
Mi opinión respecto del término Telebasura es la de aquellos que opinan que se debe ser respetuoso con el trabajo de los demás y especialmente contraria a la definición cuando se aplica a contenidos editorialmente cuestionables (tradicionalmente realities o programas del corazón) y no a otros que no se encuadran en la clásica aceptación del concepto, como reportajes de actualidad falseados, series de televisión de baja calidad o concursos hechos para rellenar tiempo de emisión.
Cualquier género televisivo es susceptible de tener buena o mala calidad y una línea editorial adecuada al respeto y las buenas costumbres y del mismo modo que cada ser humano pone el listón en un sitio diferente, cada programa es considerado por debajo o por encima de esos mínimos requisitos de calidad en función de quién lo analice. Así, si damos por bueno el término telebasura y admitimos que gran cantidad de programas de los de máxima audiencia lo son ¿hemos de convenir que sus audiencias son audiencias basura? Parece mucho generalizar.
Hubo un tiempo en que las cadenas de televisión eran un bien escaso. Apenas cuatro cadenas en abierto y una o dos autonómicas, donde las hubiera, eran todas las posibilidades de entretenimiento vía televisión que como ciudadanos teníamos (televisión de pago aparte) y entonces podíamos quejarnos de alienación y programas de baja calidad. Curiosamente, por aquel entonces parece que los productos ofertados eran mucho mejores que ahora, o quizá el paso del tiempo los ha puesto en su sitio por comparación con los que tenemos ahora (lo comentaba Bosco Palacios en el debate de ayer respecto al Un, Dos, Tres y las críticas recibidas en su época, frente al referente en el sector del entretenimiento que supone hoy en día).
Precisamente hoy no estamos en disposición de criticar a la televisión por alienar a las personas, pues nunca hemos tenido una oferta tan grande de material audiovisual a nuestra disposición, tanto a través de los nuevos medios, como con la sencilla y poco explorada TDT. El último informe de Abertis respecto a la cobertura de la TDT dice que hay un 89% de la población española con acceso a los nuevos canales y, si bien esto no significa que todo el mundo la esté viendo, si supone un avance en la oferta y ya hay muchos canales con productos que merece la pena ver. Si a esto sumamos la posibilidad de conformar nuestras propias parrillas con la aparición en el mercado de discos duros que permiten grabar los programas de televisión de forma sencilla o las propias páginas webs de las cadenas y su oferta online, el ciudadano cada vez tiene menos excusas para acusar a la televisión de ser la culpable.
Lo importante es pasar del clásico espectador pasivo que pone las dos cadenas de siempre a ver «que echan» al espectador activo que busca lo que quiere ver. Es un importante cambio en los hábitos de consumo pero está al alcance de todos y no debe ser despreciado ni minimizado.
Yo creo que uno de los problemas que tenemos al tratar este asunto es la definición de calidad. Mientras que la industria (me refiero a la de las fábricas que echan humo) hace años que logró una definición (lo que el cliente desea comprar al precio que está dispuesto a pagar), en la tele esto sigue siendo algo sin referencia.
Normalmente llamamos calidad a una opción estética y editorial, no a la solidez de un proceso. Gran Hermano no es mi preferencia como consumidor desde el punto de vista estético, pero está hecho de miedo. Los programas de llamadas y las ofertas de sexo de las locales por la noche, no son mi opción editorial, pero estarán mejor o peor hechas según el resultado en llamadas. Es decir, que confundimos la eficiencia de la producción con sus valores estéticos y morales.
Creo que así no se puede trabajar. Hay que distinguir entre contenidos mayoritarios y minoritarios, entre opciones de público. Por supuesto que hay códigos éticos que deben cumplirse (eso también sería calidad en mi opinión) y que en el caso de las llamadas es que no sea un timo, para empezar. Después es el público el que decide.
Solemos llamar calidad a series que nos encantan a una minoría, pero que no funcionan en otros públicos. Pasa con el cine. Creo que no hacer este esfuerzo por definir que entendemos por calidad en televisión y separarlo de aspectos basados en el gusto de la audiencia nos confunde a todos.
Por último, tras términos como telebasura hay intentos de algunos de hacer sanciones morales para decidir lo que puedo ver y lo que no como espectador. Se olvidan de que si ellos han tenido la sensibilidad de diferenciar lo bueno de lo malo, yo también la tengo y puedo decidir por mí mismo lo que es telebasura y lo que no y obrar en consecuencia: se llama clic y consiste en apretar un botón. Si no lo hago, no tengo derecho a quejarme.