¿Se pueden entender los programas de televisión fuera del entorno empresarial o de la parrilla en qué se emiten? Esta pregunta viene a raiz de esta entrada de Casciari ayer en la que se quejaba de cómo algunos (aunque concretaba en mi persona) criticamos los programas de televisión, no tanto por su valor individual, como por la forma en que se programan o las segundas intenciones que puedan tener las cadenas con su estrategia de programación. Así, Casciari lamenta que utilicemos argumentos como la emisión al mismo tiempo que CSI para criticar la serie Pelotas, cuando su calidad es independiente de la hora a la que se emita.
En ese punto he de estar de acuerdo con Hernán, máxime en los tiempos que corren en los que los productos televisivos, y más concretamente los de ficción, pueden ser disfrutados en horarios distintos al inicialmente previsto por la cadena que los emite, tanto por su puesta a disposición en la web de la cadena, como por la existencia de aparatos grabadores y redes P2P. Por ello, una buena obra será siempre buena, aunque compita con lo más exitoso del momento, y una mala seguirá siendo un horror, aunque esté sola en el centro de la parrilla rodeada de lo más granado de la televisión y emitida sin competencia.
Sin embargo, a la hora de analizar el producto creo que no es sólo importante su calidad individual, sino que los datos que rodean su estreno lo convierten en algo diferente. Es como un buen vino, que consumido con una hamburguesa del Burger King queda completamente deslucido, mientras que uno regularcito con unas buenas viandas puede sabernos a gloria. Retomando el tema televisvo, no podemos ver Dollhouse sin recordar que en EE.UU. ha sido relegada a la noche de los viernes, cementerio de programas en los que no se confía o Aida sin saber que allí donde va triunfa.
Parafraseando a Ortega y Gasset: una serie es la serie y sus circunstancias.
La ubicación de los programas en la parilla, las circunstancias por las que estén pasando las cadenas en el momento de su estreno e incluso los resultados que den entre los espectadores, no hacen de una serie un producto mejor o peor en sí mimso, porque los profesionales que trabajan en ella son los mismos un lunes que un viernes, si la serie se vende para La 2 o para Antena 3. Sin embargo, sí que denota la confianza que se ha puesto en ella y las posibilidades que tiene de evolucionar en el tiempo, si la dejan, para lo cual necesitará funcionar bien y no enfrentarse a pesos pesados de la parrilla si es un producto pensado para el largo recorrido, por poner un ejemplo.
Esto quizá sea injusto y nos estemos acostumbrando a pensar que los productos televisivos han de compaginar su calidad con su capacidad para ser comerciales, traducida seguramente en ser producto de masas, algo casi incompatible con la calidad. En los tiempos televisivos que corren, piezas como Vientos de agua son de una calidad excelente, pero lamentablemente han ido a parar al olvido y a unos cuantas estanterías, pocas, menos de las que debiera. Si la serie hubiera sabido adaptarse al medio ¿habría pasado más tiempo en antena? ¿significaría esto que su calidad sería menor? Preguntas sin respuesta científica que permiten que Hernán y yo pasemos un buen rato hablando de blog a blog mientras hacemos una parada entre series.
Respondiendo a la pregunta del título de la entrada, creo que hay tres formas de medir la calidad de una serie. La primera es la de los telespectadores exigentes: si la ves y te gusta la sigues viendo; si te aburre, apaga y vámonos. La segunda es la de los telespecatadores menos exigentes: como no hay más, me la trago. La tercera la de los ejecutivos de televisión que aunque tengan un muy buen producto en antena si no funciona lo quitan al poco tiempo, pero que si tienen uno muy malo y triunfa lo dejan hasta que la gallina deje de poner los huevos de oro.