Otro estudio más que dice que el consumo de televisión es malo ‘per-se’, sin pararse a estudiar si el problema real no será la falta de atención de los padres, el tipo de contenidos que se consumen o la vida sedentaria que produce el hecho de estar viendo la tele un número de horas inadecuado, especialmente en niños pequeños, que deberían pasar más tiempo en el parque, al aire libre y jugando con otros niños que atontolinados delante de una pantalla, confinados en su dormitorio.
Según este estudio, que ha sido ya muy criticado, el consumo de medios audiovisuales, de entretenimiento en cualquier pantalla, debería estar prohibido para los menores de 3 años. Con estas generalizaciones ¿quién necesita estudios científicos?
Afortunadamente, las voces críticas especializadas han mostrado bastante sensatez, indicando que el consumo de productos audiovisuales en cantidades razonables, adecuadas a la edad de los niños y en presencia de adultos que interactúen con ellos, no solo no son un problema, sino que pueden resultar enriquecedoras.
El estudio criticado afirma que el cerebro de los menores se desarrolla precisamente en estas edades y que por ello, la comunicación e interactuación de los más pequeños debe hacerse con sus padres, con gente real y no con personajes al otro lado de la pantalla. ¿Debemos entender entonces que el osito de peluche y el libro con ilustraciones de animalitos tampoco vale?
Pero lo que más me llama la atención en este artículo es el hecho de que los padres se muestren preocupados por el excesivo consumo de televisión que hacen sus hijos y su deseo de tener un sistema automático que la apague al cabo de un determinado tiempo. Aparte de que esto ya no sea un problema, pues casi todos los televisores modernos tienen programadores de apagado, me sigue pareciendo increíble que se recurra a a la incapacidad de poner algo de disciplina en el hogar para atacar al medio. Es como si dijeran que les gustaría que la nevera no se abriera si el niño ya se ha tomado una coca-cola porque ellos son incapaces de controlar que sus pequeños no se beban el litro y medio de golpe. Lamentable.
«Educad a mis hijos, que a mí me da pereza», básicamente.