Que la política y el fútbol tienen mucho que ver o al menos comparten numerosos titulares y críticas está claro. Por una parte, tanto uno como otro convierten a una importante parte de los ciudadanos en forofos, que no conciben gama de grises alguna, que son de unos o de otros sin contemplaciones y sin dar un centímetro de margen al contrario. De otra parte, ambos son complementarios en una sociedad que parece dormida, una que enfrentada a una crisis galopante como la que vivimos, no tiene problemas en lanzarse a las calles a celebrar títulos con el mayor entusiasmo, como si nada les pudiera preocupar en su día a día y gasta cientos y hasta miles de euros en viajes al extranjero, por cercano que sea, para ver a su equipo aspirar a ganar un título, como si el fin de mes no existiera.
Por estos y otros motivos evidentes, política y fútbol son dos de las cuestiones que más minutos de televisión ocupan, hasta el punto de existir dos formatos prácticamente idénticos, o mejor dicho un formato único, el debate enconado entre partidarios de unos y otros, un formato que durante el día se centra en la política y por la noche cambia de decorados y colaboradores para hablar de fútbol. Ambos funcionan relativamente bien, no tanto por el interés que pueda existir entre la audiencia por las cuestiones allí tratadas, que es evidente, como por el ritmo y la tensión que se genera, esa capacidad de sintonizar con el espectador, bien porque comulga con lo planteado por unos, bien porque aborrece lo que defienden los otros.
Política y fútbol, dos almas gemelas en la forma de acercarlas al ciudadano desde los medios y, sin embargo, con una gran diferencia entre ambas: un partido de máximo interés puede generar una audiencia millonaria, no solo por los ingresos que genere, también por lo que cuestan sus derechos, mientras que un debate entre los dos principales contendientes en la batalla política, se queda por debajo de los dos dígitos y no convoca apenas a los espectadores, la mitad de los cuales deben ser los periodistas obligados a verlo para poderlo comentar en la tertulia del día siguiente, mucho más interesante que los mítines que nos ofrecen los cabezas de cartel de cada partido. Evidentemente, no cabe la posibilidad de que los derechos de retransmisión de los debates electorales se saquen a subasta para ser emitidos únicamente en un canal pero, si ocurriera, no le auguro mucho éxito. Salvo que le dieran una vuelta, claro y viéramos a políticos debatiendo sobre fútbol, como ya hiciera Elena Valenciano en su momento, y a futbolistas hablando de política, que seguramente tendría muchísimo más interés.
Es cierto que al menos Antena 3 manifestó su interés por hacer un debate entre candidatos a las europeas, pero no tengo demasiado claro cual era su intención, a sabiendas de que estos enfrentamientos no suelen funcionar. Entrevistar ocasionalmente al presidente del gobierno o al líder de la oposición, pues sí, puede dar algo de prestancia a los informativos pero estos debates solo sirven para bajar la media de audiencia del mes. Mala idea. En TVE sin embargo, casi no tienen más remedio que hacerlos, como servicio público que son y teniendo en cuenta que entre sus deberes no está, o no debería estar, competir por el share y allí recalan pues todas las caras nuevas y viejas que vemos a diario colgadas de las farolas del pueblos y ciudades. Un soberano tostón.
Mucho más divertido es, no cabe duda, ver a la selección jugar partidos en su camino al mundial, o ver a los equipos de Madrid jugarse la final de la Champions League en Lisboa, otra de las cuestiones de máximo interés que nos ofrece el canal público, aunque en esta ocasión les cueste, o debería decir nos cueste, un ojo de la cara en un gasto absolutamente innecesario por una razón más que evidente: no falta quién, en abierto, vaya a retransmitir estos partidos. ¿Qué necesidad hay de hacer el gasto? ¿Cómo lo justifican desde una TVE arruinada? Para mí es completamente inexplicable, tanto como lo es para los canales privados, que ya han manifestado su disconformidad con la competencia «desleal» que se hace a sus intereses comerciales.
Aunque política y fútbol en España tengan mucho más en común de lo que a primera vista pueda parecer, aunque televisivamente ambos funcionen bien en debates y ocupen minutos y minutos de información y tertulia, algo muy importante los separa: uno tiene candidatos a emitir sus encuentros allí donde estos quieran jugar su partido, el otro sin embargo es un recurso escaso y como tal, muy costoso. Ambos sin embargo, han terminado recalando en la misma cadena, TVE bajo la consideración de servicios públicos. Alguien debería replantearse las cosas.
Pues que quieres que te diga, yo ni entrevistas ni debates.
Las entrevistas solo sirven para lamer el culo al entrevistado y los debates se centran en los reproches del «y tu mas» y no aportan dada al espectador.