Del mismo modo que hay restaurantes de lujo, restaurantes de menú del día y chiringuitos de verano, con las series pasa lo mismo. No le exigimos la misma calidad ni variedad a una carta de un local al que vamos en fechas señaladas, que al bareto de la playa que nos da de comer y beber cuando estamos relajaditos y de vacaciones, sin ganas de complicarnos la vida y es exactamente ahí donde encaja esta nueva producción de Telecinco que se estrenó ayer con grandes datos: 4.656.000 espectadores y un 24,6% de share.
Las promos de la serie ya apuntaban maneras y la competencia no era rival: de un lado, esa recuperación de formato de los 90 que es El pueblo más divertido de España, donde solo faltan Ramón García y su capa, de otro el estreno de Fuga de Cerebros 2, que tampoco funcionó mal, pero dirigida a un target completamente diferente. Santi Millán y su colección de frikis de Peñíscola tenían todas las de ganar y los más de cuatro millones y medio de espectadores que vimos el estreno así lo constatamos.
Las comparaciones en estas series son inevitables y la más evidente es la que habla de un Doctor Mateo en la playa, un argumento decenas de veces utilizado para arrancar una historia, el del profesional de reconocido prestigio y cosmopolita que recala en una pequeña localidad en la que nadie le conoce, cuyos méritos profesionales no le sirven y dónde se siente completamente fuera de lugar. Tantas veces visto como veces aceptado y es que, en ocasiones, la historia puede ser lo de menos, siempre y cuando esté bien contada y sus protagonistas sean atractivos.
El primer episodio de El Chiringuito de Pepe no te aportará nada intrigante, de hecho, la presentación de personajes (absolutamente de libro) y sus relaciones quedan tan perfectamente dibujadas sobre el imaginario papel de esta primera entrega, que es como si hubiéramos visto ya media temporada y no quedaran apenas sorpresas por desvelar. Tampoco es imprescindible, hay historias que se cuentan no por la intriga de conocer qué pasará, sino por ver cómo ocurrirá.
Una serie amable con caras muy conocidas, con la inevitable presencia de un par de pequeñas estrellas que terminen de endulzar lo que se adivina como una historia entrañable y un montón de exteriores que confirman la definitiva expansión de la ficción española a las calles, los pueblos y las playas.
En un entorno de competitividad baja y con la relajación de un público que ya está pensando en espetos y gambas, esta serie puede funcionar bastante bien. No conseguiría una estrella michelín de la televisión pero ¿quién las quiere cuando tienes las mesas llenas?
Imposible que no triunfara ante un refrito de Pesadilla en la Cocina y sobre todo ante el espantoso ridículo que la 1 hace llamar «El pueblo más divertido», una cosa que deja la serie a la altura de Juego de Tronos y House of Cards juntas. Una aberración que te hace añorar Grand Prix. Una bazofia monumental que deja en ridículo cualquier intento de dignificar el entorno rural.
La serie tuvo interesante el «vídeo» de Santi Millán al principio. Desde que ese trozo acaba, el vómito y el hastío de lo ya visto quince millones de veces asalta la pantalla.
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