Aprovechando la inestabilidad política y la muy probable repetición de las elecciones que nuestros partidos amenazan con traernos para estos próximos meses y, por supuesto, a la vista de los buenos resultados que esta inestabilidad están proporcionando a todo programa relacionado con el análisis del estado de la nación y su futuro, Cuatro estrenaba el pasado lunes un nuevo programa de debate: Toma Partido.
Jugando con el doble significado de la expresión, que bien podría haber dado como resultado un ¡Vaya Tropa!, el nombre del programa hace especial hincapié en lo que es su elemento diferenciador, la toma de partido activa en los temas a tratar, por parte de los cuatro periodistas o analistas que, junto a Miguel Ángel Oliver, conforman un debate prácticamente idéntico a cualquiera de los que llevamos meses viendo en este y otros canales, eso sí, a otras horas. Porque parece que no hay más que un pequeño grupo de periodistas capaces de analizar la actualidad política, siempre las mismas caras, siempre los mismos argumentos, siempre los mismos enfrentamientos y acusaciones.
Se vuelve cansino, aburrido, ya nos conocemos sus teorías, sus filias y sus fobias y es precisamente por eso por lo que, el hecho de situarles frente a un atril luminoso en el que marcan si están a favor o en contra de una determinada cuestión planteada por el moderador se vuelve un elemento absurdo, pues ya antes de que pulsen el botón sabemos de qué color se iluminará su mesa y qué dirán para defender su postura. Y es precisamente esta puesta en escena, de pie, sobre un atril a modo de debate electoral, lo que hace que pierdan naturalidad, que sus intervenciones parezcan forzadas y en exceso medidas y, en definitiva, el programa se muestre encorsetado y sin interés.
A medio camino entre el Apueste por una y Veredicto, la única cosa que podría hacer funcionar este programa es su ubicación en la parrilla, en un access prime-time al que tienen acceso todos los espectadores potenciales que, en el horario en que se emiten otros programas de corte similar, como Al Rojo Vivo, Las mañanas de Cuatro o Más vale tarde, están trabajando o atendiendo tareas familiares. Lo mismo ocurre con los debates y análisis de La noche en 24 Horas o El Cascabel que, emitidos en prime-time, terminan siendo minoritarios en favor de ofertas de ficción y entretenimiento mucho más relajadas para la necesaria desconexión del espectador medio.
La idea de incorporar un programa de estas características no es mala y hay que alabar la idea de darle una vuelta de tuerca para que no parezca exactamente el mismo programa que los que ya existen, sin embargo, en ocasiones, este intento por diferenciarse se convierte en el principal defecto de un formato que, siendo muy abundante, hoy en día está perfectamente justificado por una actualidad a la que no estamos acostumbrados y en la que el público demanda este tipo de análisis, a menudo como entretenimiento más que información… pero esa es otra historia.