Political Animals es una de las series más esperadas de este verano: la posibilidad de ver a Sigourney Weaver de protagonista en televisión y lo morboso de un papel inspirado en la figura de Hillary Clinton hacen de esta una de las novedades que esperábamos con mayor curiosidad. El resultado no está mal, pero dudo que pase a los anales de la historia catódica, y eso a pesar de que la crítica norteamericana parece haberla recibido bastante mejor que a The Newsroom, que está recibiendo no pocos varapalos cada semana tras su estreno.
Political Animals empieza como una historia de política, pero va evolucionando rápidamente hacia una historia familiar, con dramas internos típicos de las familias expuestas a la prensa, con dinero y poder. Lo que en un principio parece la historia de una versión weaveriana de Hillary Clinton y sus ansias de poder, se transforma en tan solo un par de escenas en una versión política de Nora Walker, una mujer fuerte y decidida que lucha por mantener a su familia unida y alejada de malas influencias y peligrosas adicciones, sin demasiado éxito y sin dejar de lado su necesidad de continuar en la carrera política.
El equilibrio entre ambas facetas de la vida de esta mujer es atractivo para un espectador medio, a quién la política le interesa lo justo, pero que tampoco está por la labor de entregarse a una historia de matriarcados y juventudes echadas a perder. Los paralelismos con la vida de unos Clinton que todos conocemos son evidentes, pero al mismo tiempo, lo suficientemente diferenciados como para que sepamos que no se trata de un biopic y se puedan sobrepasar ciertas líneas sin miedo a que el espectador o los propios interesados puedan creer que la historia es en ningún modo biográfica.
A estas dos historias se le suma un elemento importante más, la periodista que no puede faltar en cualquier acercamiento a la política de alto nivel, otra mujer con grandes ambiciones, orgullosa del trabajo que desempeña y que no dudará en utilizar todas sus armas para conseguir lo que quiere. A priori, una clara antagonista del personaje principal, aunque veremos como sus historias vitales, tan alejadas, no son tan distintas como podría parecer o ellas mismas podrían pensar. Enemigos que se necesitan, relaciones que se forjan a base de empatía e intereses y fidelidad incierta, no solo en el terreno sentimental, son los elementos clave de esta historia de apenas seis episodios.
Como curiosidad, destacar lo divertido que suele ser para un español ver este tipo de series de políticos americanos en carrera electoral, incluso de políticos que ya están en el culmen de sus carreras e imaginar todas esas cosas tan naturales que se ven obligados a hacer para conquistar al ciudadano, desde bailes a ritmo de pachanga a besos románticos en medio del partido de baloncesto, actitudes de personas de a pie que jamás veremos hacer a los nuestros y que, realmente, no tengo claro que quiera ver pero me resulta interesante imaginar.
El punto más negativo de la historia, la poca química que veo entre Sigourney Weaver y Ciaran Hinds, en el papel de su ex-marido. Si bien él está estupendo haciendo de cretino, las escenas que comparte con Weaver no logran provocar ningún sentimiento, ni el evidente resentimiento de una mujer que ha sido engañada y humillada públicamente por su marido, ni el desprecio que pueda tenerle después de tanto tiempo, ni siquiera un resquicio de amor o atracción sexual, nada. Es verles juntos e imaginar la pareja imposible, lo que hace muy difícil creerse algunas importantes escenas del primer episodio.
Si en el primer párrafo mencionaba la serie de Sorkin que comparte parrilla veraniega con Political Animals, no quiero despedir esta entrada sin recordar la cantidad de veces que la realidad supera a la ficción y que muchos hemos recordado esta pasada noche cuando las noticias de los principales medios españoles anunciaban el fallecimiento de José Luis Uribarri, en una carrera desesperada por ser los primeros en dar la luctuosa noticia para después tener que rectificar. Una pena que los responsables de estos medios no hubieran visto el episodio de The Newsroom que apenas dos días antes afirmaba desde sus diálogos «solo un médico certifica la muerte de un paciente, no las noticias». Grande el episodio, mucho más grande aún después de lo vivido. Gracias Sorkin.