ATENCION: Spoilers del último episodio emitido de Gran Hotel (La Ejecución). Si no lo has visto, lee bajo tu propia responsabilidad.
Pocas veces me pasa con una serie española que tenga la necesidad de ver el episodio cuando se emite, muchas menos, tener la necesidad de conectarme inmediatamente a la web de la cadena para ver si está ya subido por no haberlo podido ver en emisión; imposible casi tener claro que no me iba a conectar a internet hasta haber visto un determinado drama para evitar spoiler alguno. No, estas son cosas que con las series españolas no me pasan, principalmente porque no suelen conectar conmigo lo suficiente como para que me apenen los spoilers, también por el hecho inevitable de que mi trabajo me lleva a sufrirlos con frecuencia directamente de cadenas y productoras que, en su intento por darnos material en primicia como comunicadores, a veces nos estropean la experiencia como fans. Sin embargo ayer, Gran Hotel conseguía en mí una experiencia hasta ahora reservada a las series norteamericanas y ahí estaba yo, de vuelta de una cena con amigos, viendo el episodio de Gran Reserva a las dos de la mañana.
Andrés, sin ninguna duda el personaje más entrañable de toda la serie, el mejor interpretado y el que ha logrado calar más hondo en mí, semana tras semana, sin ser a priori uno de los protagonistas, se encontraba en la más difícil tesitura de su vida: condenado a muerte por un crimen que no había cometido, de un personaje al que todos detestamos, sin aparente salida, por más esfuerzos que hicieran sus amigos, y hasta sus enemigos, y por más pruebas en su favor que lograran aportar unos y otros. Su destino parecía escrito pero, al mismo tiempo, la importancia del personaje me tenía convencida de que no se atreverían. La importancia del personaje y, sobre todo, que se trataba de una serie española.
Y es que me he quejado muchas veces de la poca valentía que tenemos en nuestras series, de la incapacidad de renunciar a grandes giros de tuerca narrativos por el miedo a perder audiencia, por la incertidumbre de seguir por un camino inexplorado que, si bien dramáticamente podría dar mucho juego, da más vértigo que otra cosa y se termina renunciando a intentarlo, posiblemente más forzados por las cadenas que albergan las series que por la creatividad de los equipos de producción.
Solo la decisión personal de algunos actores que optan por marcharse suele desencadenar grandes ausencias y tampoco está el trabajo para tomar ciertas decisiones así que, casos como el de Megan Montaner con El secreto de Puente Viejo son muy poco frecuentes y, sin embargo, qué buen resultado ha dado y qué soplo de aire fresco ha provocado en el serial.
Volviendo a Gran Hotel, donde por cierto ha recalado Pepa la partera, reconvertida en avanzadilla del movimiento feminista, la ejecución de Andrés en la noche de ayer parecía que nunca tendría lugar. Dos episodios completos hemos estado esperando una solución que nunca llegó y finalmente, tras ver sufrir a todos los que le querían, el garrote vil terminaba con la vida del más adorable de los Alarcón. No lo podía creer. No sabía si dejar de seguir a Ramón Campos en Twitter por cruel y no volver a ver una serie suya jamás pero, al mismo tiempo, estaba encantada con la valentía que habían demostrado, feliz de que por fin una serie española se hubiera atrevido con algo así, expectante por ver cómo las tramas evolucionarían hacia algo mucho más oscuro, fruto de la espiral de autodestrucción a la que todos los personajes, una vez amables, quedaban destinados con esta ejecución.
Nunca en mi vida me he alegrado más de estar equivocada. Nunca viendo una serie he mandado a paseo mi capacidad crítica para alegrarme tanto de que un personaje que debería estar muerto por tantos y tantos motivos que harían de la serie una serie mejor, haya abierto los ojos y haya confirmado que durante 20 minutos estuvieron jugando con nosotros de la forma más tonta (sí, a mí también me parecieron familiares los andares del verdugo, pero reconozco que pensé que era una casualidad). La escena de la resurrección además es fabulosa y la alegría que desprende el personaje de Julio corriendo por los pasillos en busca de Alicia para contarle las novedades, casi me hace a mí salir corriendo por casa, en pijama y en plena madrugada. Con lo poco que me llega habitualmente este personaje y su interpretación y lo bien que lo pasé ayer con su alegría.
Pasado el subidón inicial, mi espíritu critico me devuelve la cordura y me apena pensar que Gran Hotel no se haya atrevido con el drama puro y valiente pero, al fin y al cabo, Gran Hotel no es eso, es una tragicomedia con un poquito de todo, una búsqueda de amplio público que a veces sufra y otras despliegue una gran sonrisa o ¿por qué no? alguna carcajada. Y yo ¡estoy tan contenta de que Andrés no haya muerto!
Me sentí exactamente igual que tú.