Seguimos hoy lunes hablando de programas de cocina para, antes de que entre en escena el nuevo Masterchef, hacer una última referencia a l paso de Top Chef por Antena 3 o, mejor dicho, preguntarnos qué necesidad había de extender el contenido hasta la madrugada con ese invento llamado El Almacén, que nunca ha tenido sentido ni ha funcionado como el complemento al programa original que debía ser.
Por si no fuera suficientemente largo el programa en sí mismo, con tres pruebas por entrega y un largo entrar y salir de invitados, jueces y familiares, alguien pensó que añadir un programa aparte después de cada emisión, en el que se comentara lo ocurrido, sería una buena idea, al fin y al cabo, lo hacen todo el rato en la competencia y parece que les funciona. No caían en Antena 3 en la principal diferencia con la competencia: la personalidad de la cadena y por extensión de sus productos.
Se puede hacer un programa debate con lo ocurrido en cualquier reality o concurso de talentos que se nos antoje, por supuesto que sí, pero no podemos obviar que el principal interés de este tipo de contenido complementario es la polémica, que lo que realmente alimenta el interés por este formato es ver a otros discutiendo por su favoritos y sacando lo mejor y lo peor de cada uno, fomentando en el espectador la sensación de grupo o también la incomprensión y búsqueda de alguien que «piense como yo». Para eso hay que discutir con pasión, hay que enfadarse, hay que vivirlo, algo que no sucedía en el almacén donde, queriendo huir de los gritos, las malas palabras y la tensión propia de otros debates de características similares, terminamos teniendo un programa lineal, aburrido, sin vida.
Incluso en momentos en que la propia edición del programa hacía hincapié en las tensiones entre concursantes, más o menos forzadas por la propia xustaposición maliciosa de planos, que la emisión del almacén fuera un directo emitido semanas después de la grabación del programa, quitaba toda la emoción de un posible enfrentamiento o justificación de una mala palabra, daños superados ya por el tiempo pasado, la puesta en contexto de lo vivido y el hecho de que los concursantes de este programa no necesitan vivir de la polémica para seguir adelante con sus carreras.
Así las cosas, la único que nos aportaba El Almacén era una sucesión de recortes del programa recién emitido, un resumen de los momentos más tensos de la competición que no aportaban nada a un espectador que acababa de ver el programa, que no estaba interesado en volver a ver cómo y quién salía adelante en cada prueba, ni como se trataban unos a otros, otra vez, apenas unos minutos después de haberlo visto. ¿Por qué no emitir piezas nuevas editadas para la ocasión? Desde tomas falsas con meteduras de pata y lenguas trastabilladas que puedan despertar la sonrisa, hasta momentos fuera de las pruebas que nos permitieran conocer mejor a las personas escondidas tras la chaquetilla de cocina, había horas y horas de material susceptible de ser utilizado y disfrutado por el auténtico seguidor del programa, el que podría haberse quedado hasta las tantas viendo el programa, realmente curioso e interesado por ver lo que le ofrecían.
No es de extrañar así que la audiencia de Top Chef superara siempre con comodidad los tres millones de espectadores que, a la finalización del programa, se iban a dormir o a otra cadena, dejando los datos de El Almacén en cifras que apenas rondaban el medio millón y la mitad de cuota de pantalla que el programa original. El conjunto ha funcionado correctamente y es posible que haya permitido sumar unas miguitas más al éxito general de audiencia de la cadena en el mes pero, a nivel televisivo era, en mi opinión, absolutamente innecesario y tremendamente aburrido.
Yo por lo general, cuando me insultaban haciendo la tercera pausa larga justo antes de anunciar quién se iba, cortaba y me iba a la cama, enterándome del resto por el Twitter del movil, ya con un ojo medio cerrado.
Siempre me preguntaba quien vería el debate que había después