Anoche se anunciaba en Twitter ¡dónde si no! la repentina e inesperada muerte de Jesús Hermida. Por una vez, quise que se tratara de una de esas bromas de mal gusto que se convierten en noticias sin contrastar, aunque algo en la fuente de los distintos tuits que lo comentaban apuntaba a que era un hecho cierto, a que Hermida nos había dejado para siempre. Nunca la desaparición de un personaje televisivo me había dado tanta pena como esta. Porque yo siempre quise trabajar con Hermida. Antes incluso de dar mis primeros pasos en televisión yo ya quería ser una chica Hermida.
Y es que para alguien que ama la televisión, no solo las series, alguien que disfruta de un directo, que conoce su complejidad, que admira a todos los que son capaces de sacar adelante horas y horas de programación en vivo, con sus dificultades, sus imprevistos, sus siempre complicadas conexiones y la adrenalina que las carga, la figura de Jesús Hermida es todo un referente.
Como todo gran profesional, el mal genio de Jesús Hermida será también recordado por todos los que en algún momento trabajaron a sus órdenes y, aunque hoy sea un día para destacar todas las bondades de su personalidad y parezca que está fuera de lugar hablar de lo que a priori podría parecer un defecto, estoy segura de que todos aquellos a los que alguna vez hizo derramar una lágrima aún hoy reconocen que eso les hizo más fuertes, mejores profesionales. Porque se puede llorar de pena cuando un mal jefe te hace una crítica despiadada, pero también lloramos de rabia cuando un gran jefe que deposita su confianza en nosotros se ve obligado a reprender nuestra actitud, cuando le defraudamos, cuando le decepcionamos. Yo tuve un jefe así y nunca dejé de quererle, aunque efectivamente, me hizo llorar.
Hoy todos recuerdan su figura, todos los profesionales de la televisión española muestran su tristeza por la pérdida y nos sorprendemos con el recuerdo de que muchas de esas caras que acostumbramos a ver hoy en día, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor presencia, en nuestra pantallas, han pasado por la vida profesional de Hermida, tocadas por su saber hacer, por su talento, por su instinto catódico, bien curtido por años de experiencia en EE.UU., por los años de revolución televisiva provocada por la llegada de las privadas hace ahora 25 años y que no hubiera sido lo mismo sin él.
Casi 50 años después de contar a los españoles cómo el hombre pisaba por primera vez la luna, solo uno de sus primeros hitos, pero también uno de los más recordados, Jesús siendo siendo considerado un referente en el mundo de la comunicación, en la forma de hacer televisión, una televisión que ha cambiado mucho, una que no aguantaría los ritmos de hace dos o tres décadas y que, sin embargo, sigue teniendo fuertes y poderosos mimbres que profesionales como él supieron armar y dejar sólidos para generaciones y generaciones de periodistas por llegar.
Siempre quise ser una chica Hermida y, aunque lo había olvidado, hoy me doy cuenta de que ya nunca lo podré ser y la vida me da una bofetada.