Es el secreto del éxito de Telecinco desde que se dieron cuenta de que podían construir la base de su parrilla en torno a un único programa que alimentara el resto de contenidos del canal, generando una base de fans suficientemente grande e implicada como para consumir todo aquello que tuviera relación con su programa de cabecera. En su momento fue Operación Triunfo, desde hace 16 años lo es Gran Hermano y, principalmente, lo es un Sálvame que se encarga, no solo de ocupar cuatro horas de programa diario, sino que reproduce, alimenta y ceba sus propios contenidos en otros tantos programas de la cadena. Es una fórmula probada y comprobada que llegará a agotarse algún día pero que, por el momento, lleva década y media dando sus frutos.
Es la misma fórmula que hoy en día en día está haciendo subir las audiencias de La Sexta, convirtiéndola en la llamada cadena de referencia de la información política, con una estrategia idéntica a la de Telecinco con sus realities (los de libro y los autogenerados) y que se está viendo beneficiada por una situación especialmente culebrónica, tanto a nivel autonómico como nacional, en un historia de amores, desamores, broncas, héroes y villanos, que podrían perfectamente estar guionizados para generar una necesidad de consumir información tan importante y dependiente como la de los seguidores de Belén Esteban, Kiko Matamoros o Mila Ximénez pero con las caras e intrigas de Mariano y Soraya, Pedro y Susana, Pablo e Íñigo.
De la misma manera que en Fuencarral consiguen, a base de preguntas indiscretas, de elucubraciones varias o de entrevistas permanentes a los principales protagonistas de la noticia, generar nuevas informaciones, nuevos cabreos, nuevos motivos de tertulia y análisis, nuestros queridos políticos están entrando al trapo de una programación, la de La Sexta, que se basa en los mismos mecanismos, los de la entrevista metiche, la busca de la frase a retorcer, el sobreanálisis de todo lo que ocurre y lo que no ocurre y, muy especialmente, de la información intrigante que proporcionan unos y otros y que genera una tensión entre tertulianos y los propios protagonistas de las revelaciones que nada tienen que envidiar a los maestros del enredo de La fábrica de la tele.
Unos y otros han sabido encontrar el engranaje perfecto de una programación que repite los mismos contenidos a distintas horas, que cambiando de analistas renueva su significado y que, atinando con la tecla perfecta, logra desencadenar una serie de respuestas más o menos airadas que Ferreras lidera con maestría y que Cristina Pardo casi supera, de la misma manera que María Patiño acecha a Jorge Javier con su capacidad para conducir, con su propia personalidad, la noche de los Deluxe.
Nada que envidiar las apariciones de estos días de Pedro Sanchez con su cara desencajada con los dramas de una Rosa Benito quemando su alianza matrimonial, ni las tragedias de Belén Esteban con las propuestas de un Pablo Iglesias a punto de convertirse en el príncipe del pueblo, o la expectación por las declaraciones de Rajoy solo comparables a la presencia en plató de una Terulu que nunca se moja, que no se inmuta, salvo cuando se meten con su legitimidad para llegar donde ha llegado.
Ese es el nivel de nuestros políticos, el de algunos de nuestros analistas, esa es la capacidad de la televisión de aprovecharlo.