(OJO: Spoilers, pocos, pero spoilers, sobre la temporada completa de Santa Clarita Diet. Lee bajo tu propia responsabilidad)
Las promos de Santa Clarita Diet eran muy claras: una comedia con un arranque muy loco, un amor muy sincero y unas peculiaridades bastante repugnantes de las que no solo no escapan, sino que hacen hincapié en ellas, regodeándose en los detalles y haciendo de algunas escenas un ejercicio de televisión bastante repugnante.
Los protagonistas de la serie son la típica familia acomodada de un barrio bien de las afueras de Los Ángeles, un matrimonio de mediana edad con una hija adolescente que viven su día a día con el stress del trabajo, el siempre complicado equilibrio en su relación con sus vecinos y una vida sexual algo insatisfactoria, que sufre de cierto desgaste del matrimonio. Ellos se quieren, pero no todo lo que ocurre en sus vidas es perfecto y se avista en ellos cierta crisis de la madurez que les hace preguntarse cómo les gustaría ser o directamente evadirse fumando un porrito de vez en cuando.
Todo esto quedará en un segundo plano cuando Sheila sufre una extraña y fugaz enfermedad que, aparte de provocarle un episodio de vómito tan brutal como asqueroso en su recreación, acaba con su vida de mortal humano y la convierte en una especie de zombie llena de energía, que hace lo que le apetece, que se enfrenta a la vida con una nueva actitud, al matrimonio con un deseo irrefrenable y a los macarras y chulitos con todo lo que estos merecen. Una nueva Sheila, envidiable y feliz, todo ventajas, si no fuera porque esta energía se alimenta de carne humana.
La clave de la serie es asistir a la manera en que todos alrededor de la protagonista se unen a su problema como si se tratara de algo más o menos natural. Desde su marido, que demuestra quererla por encima de todo y estar dispuesto a lo que sea por ella, a su hija, que en plena adolescencia se debe enfrentar a una madre zombie, asesina, que no sabemos si tiene sentimientos y que mola todo ¿para qué negarlo?
En esta serie están todos locos, Sheila y Joel los primeros, pero nada que llame especialmente la atención en un barrio en el que la policía se pica a diario con la oficina del sheriff, los agentes de la ley coleccionan armas y encargan asesinatos, los Range Rover se venden sin ton ni son y el clásico adolescente retraído y amante de los comics es casi el más cuerdo de todos. En un entorno así, comerse los unos a los otros y llevarse unos fingers (literales) como tentempié es lo menos raro de todo, por muy asqueroso que resulte verlo, insisto.
La interpretación es aquí la clave que mantiene la chispa de la historia. Drew Barrymore y Timothy Olyphant están estupendos de forma individual, pero es que además tienen química como pareja, tienen flow. Entre ellos hay algo envidiable, algo que ya había en los breves minutos de arranque de la serie en los que se nos muestran como un matrimonio desgastado y más aún después, cuando ella es todo vitalidad y él puro amor incondicional. Su hija, posiblemente el personaje que más gusta, sufre las obvias contradicciones de su edad y las más elementales complicaciones que el estado de su madre le añade, pero a pesar de eso resulta mantener la calma y encajar en una unidad familiar en la que reina el amor y la comprensión, en la que todos se quieren y se apoyan por encima de las complicaciones. Los tres funcionan como familia perfectamente engranada y con ellos fluye el resto de cosas absurdas y locas que pasan en cada episodio.
Pero esto no sería suficiente si no hubiera una meta a alcanzar, si simplemente se tratara de ver como Sheila se come a la gente y esto está también resuelto, con la búsqueda de una posible solución al problema que sufre, con una explicación, con una leyenda ancestral que ya habla de gente que se comía a gente, de gente que vomitaba extraños órganos y acababa convertida en zombies que ¡oh, sorpresa! traspasan su condición a los mordidos si no logran acabar con ellos. Una complicación añadida que permite dar juego a una trama que, de otro modo, no tendría mucho recorrido, pues la intriga por saber si el vecino metiche terminará por pillarles queda resuelta bastante pronto.
Me daba mucha pereza ponerme a ver esta serie, he pasado todo el fin de semana procastinando con otras (hasta he empezado a ver Narcos, que la tenía pendiente) y los dos o tres primeros episodios me han resultado entretenidos, pero asquerosísimos en algunos detalles (sí, ya sé que es parte necesaria de su personalidad). Aún así, una vez arrancada, la historia iba sola, y no me refiero a que Netflix los vaya lanzando uno detrás de otro, y le ha visto casi entera de una sentada, porque los personajes son simpáticos y hasta me atrevería a decir que entrañables. Si solo dejaran de vomitar y comerse crudos a sus vecinos…